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Los condenados de la tierra

17 Mar

Los condenados de la Tierra – Fanon

Vigencia de la visión fanoniana de la sociedad

Por Mario Wainfeld

«El sabía perfectamente que sus trastornos psíquicos eran provocados por lo que hacía en las salas de interrogatorio, aunque trataba de rechazar globalmente su responsabilidad. (…) Como no pensaba dejar de torturar me pidió sin ambages que como psiquiatra lo ayudara a torturar a los patriotas argelinos sin remordimientos de conciencia, sin trastornos de conducta, con serenidad.»

«El entierro me repugnó. Todos esos oficiales que venían a llorar por la muerte de mi padre, ‘cuyas altas cualidades morales habían conquistado a la población indígena’, me producían náuseas. Todo el mundo sabía que era falso. Nadie ignoraba que mi padre dirigía los centros de interrogatorio de toda la región. Todos sabían que el número de muertos de la tortura era de diez diarios y venían a contar mentiras sobre la devoción, la abnegación, el amor a la patria, etc… Debo decir que ahora las palabras para mí no tienen ningún sentido o no tienen mucho.»
Franz Fanon, Los condenados de la tierra

El mencionado libro del argelino Fanon se escribió cuando despuntaba la década del 60, lo prologó Jean Paul Sartre y fue texto canónico de las izquierdas latinoamericanas en ese decenio y en el que lo siguió. Los capítulos más recordados, a fuer de haber sido los más transitados por entonces, eran los primeros, un formidable alegato a favor de la descolonización y el nacionalismo africano. Pero el libro contenía un capítulo (del cual se extraen las citas del epígrafe, una referida al tratamiento de un torturador, la otra un textual de la hija de un represor) en los que el autor, psiquiatra de profesión, narraba patologías producto directo del salvajismo del dominador. Patologías que sufrían los colonizados y, como se refiere en la cita, los colonizadores. Lo que transmitía, memorable, el ensayo era la negación de la identidad de la víctima y la funcionalidad del salvajismo de los represores. La funcionalidad a un proyecto político.

El ejército francés sirvió de modelo a las Fuerzas Armadas argentinas, que se autorizaron un par de «licencias poéticas» respecto de sus idolatrados ejemplos: aplicar su barbarie a compatriotas e incorporar a sus recursos tácticos la desaparición forzada de personas.

Franz Fanon (Martinica, 20 de julio de 1925 – 6 de diciembre de 1961) es uno de los intelectuales que con mayor precisión ha trabajado el tema de la colonización política, ideológica y cultural. Su presencia en la Revolución argelina fue decisiva para corroborar en la práctica todo lo que del poder colonial había aprendido cuando cursaba sus estudios en París.
Los condenados de la tierra -ensayo prologado por Jean Paul Sartre- es su obra más emblemática, publicada tras su muerte, en 1961. Para Fanon, la liberación nacional significaba mucho más que la independencia, ya que se constituía en un proceso de autoliberación y reconocimiento.

Recordemos. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial discurrió un cuarto de siglo (y acaso un fleco más) de vigencia del Estado de Bienestar, pero ya en los 70 su agotamiento era patente. En la Argentina, esa etapa se expresa bastante bien en el intervalo que medió entre dos fechas emblemáticas del peronismo: el 45, el de las vísperas y el 75 el del rodrigazo y el de una interna que se dirimía a balazo puro. La crisis del estado benefactor generaba, entre otras, dos respuestas radicales: las de quienes leían a Fanon y predicaban la liberación nacional adunada con distintas formas de socialismo y las que proponían un formidable salto hacia atrás, un desmantelamiento de las instituciones y las salvaguardas que habían hecho menos ominoso al capitalismo. La Argentina complejizaba ese mapa común de la época, añadiendo una bastante sólida estructura armada al calor del estado protector, en especial (pero no exclusivamente) una poderosa organización sindical, implantada en todo el país, potenciada por el pleno empleo y capaz de variadísimas formas de resistencia y de adaptación. Arrasar con las nuevas corrientes revolucionarias y con las conquistas y los portavoces de una época reformista en aras de un proyecto de minorías, técnicamente reaccionario, era una tarea inconcebible en democracia. Falta hacía una dictadura sangrienta y la hubo.

Un cuarto de siglo después la Argentina ha optado mayoritariamente por la democracia, limitada, imperfecta, lenta pero también con atisbos de garantismo constitucional. Tras un genocidio planificado, un serpenteante camino ha llevado al juzgamiento de quienes tuvieron flagrantes responsabilidades penales en el exterminio. Rara es la naturaleza humana y paradójica la historia. Quienes sólo pretenden aplicar las leyes son tildados de extremistas. Quienes procuran gambetear las normas son los represores que alegan, como los franceses de la cita que encabeza esta nota, «la devoción, la abnegación, el amor a la patria». Y reclaman como lo hacía el torturador a Franz Fanon, que se les permita seguir desapareciendo a sus víctimas sin dilemas, sin estorbos de conciencia.